No te voy a engañar, hay varias cosas que hago bien, y que no se me dan del todo mal… Soy disciplinada, cocino medio bien, organizada… sí, alguna que otra hay.
Pero sobre todo hay una, UNA cosa, en la que, cuando me pongo, soy la reina: La procrastinación. De hecho, creo que he desarrollado tan bien la disciplina y organización, solo como herramientas de protección, porque cuando pierdo el control, cuando no tengo un plan… cuando no hay nada que hacer… viene procrastinación y toma el mando. ¡Y además ella nunca viene sola!
Llevo desde las 10:30 am (ya con meditación, deporte, paseo perruno, ducha y otros quehaceres mañaneros hechos) quejándome (porque encima me quejo) de que aún no he hecho nada, de que aún no he podido ponerme a hacer “mis cosas”, esa otra lista interminable de deberes y obligaciones, que ya quisiera la Constitución Española de 1978. Son más allá de las 12:30 pm, y en todo ese tiempo, he ayunado y desayunado, he regado las plantas, le he dado de comer a 3 perros hambrientos, he decidido hacer una crema de avellanas (una Nutella saludable que me alivie el antojazo de dulce y me dé ese chute inmediato), he encendido unas velas en busca de algo de inspiración, o al menos, que huela la casa bonito… 2 cafés, 3 tés, un vaso de agua que ahora tengo sed, su visita a Instagram… y volver a reorganizar una y otra vez todos los planes que tenía para hoy.
Casi la 1 de la tarde, y me siento ahora a escribir, que es tan solo una de las cosas que pretendía hacer hoy; a estas horas debería ya haber pasado a la siguiente, y a la siguiente…
Me sorprendo leyendo otros textos, meciéndome en la nada, con la mirada perdida, la mente divagando (su deporte favorito últimamente).
Dice la psicología que procrastinar, lejos de tener algo que ver con la pereza o fuerza de voluntad (¡yo, la voluntad, la tengo!), es más un tema de gestión emocional. Y por eso, muchas veces la solución no está en “organizarte mejor” (ya te digo que organizada, soy un rato) sino en entender qué estás evitando sentir y por qué.
Y entonces, ¿qué estoy evitando sentir? ¿Y por qué?
Nada.
Eso justo: la NADA.
Vuelvo a tener dificultades para encontrar el espacio, para rebuscar en mi mente. Es como si ya lo hubiese dicho todo, escrito todo. Y ahora solo encuentro NADA. O quizás, es precisamente el miedo a ver que más hay ahí…
El no hacer nada, el no ser productiva, el “perder” un día entero en tonterías como descansar… me paso la vida diciendo que no tengo tiempo, y ahora que lo tengo, como lo voy a perder.
La nada puede esperar.
La procrastinación se entiende como un patrón de evitación emocional: no postergamos tareas porque seamos vagos, sino porque esas tareas nos generan ansiedad, incomodidad, miedo al fracaso, duda sobre nuestras capacidades, perfeccionismo o simplemente aburrimiento. Entonces, el cerebro busca alivio inmediato, evitando la tarea y sustituyéndola por otra más placentera o menos amenazante (aunque sea irrelevante).
Miedo al fracaso.
Nos ponemos (o al menos yo lo hago) demasiada presión innecesaria a todo: el trabajo, la carrera, el orden, el dinero, el éxito…
Duda sobre nuestras capacidades.
Vivimos en una situación privilegiada. En realidad, puedes hacer lo que quieras. LO QUE QUIERAS.
Lo que pasa es que esa libertad, da miedo... nos pasamos la vida quejándonos de que queremos ser libres, pero es que en realidad no sabemos qué hacer con la libertad y con la incertidumbre que trae bajo el brazo... con la gran responsabilidad que implica ser libre. Quizás, paradójicamente, la libertad, esclaviza más que el cautiverio.
Perfeccionismo.
¿Y si no me sale el texto perfecto? ¿Y si no me sale nada? ¿Y si no estoy a la altura?
Cuantas más luchas contra algo, más fuerza le das. Sé que ahora lo único que me queda es rendirme, es dejar de luchar. Aceptar.
“Lo que resistes, persiste. Lo que aceptas, se transforma.”
Y sobre todo, confiar.
Al fin y al cabo, ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Y para darle algún sentido a esta publicación, aquí está mi recomendación de la semana:
Esta semana, una lectura. Estoy terminando el libro YellowFace, traducido al castellano como Amarilla, de R.F. Kuang.
Una novela afilada, en esa delgada línea entre el humor, la ironía, el drama y sátira, e incómodamente actual sobre ego, apropiación y la necesidad de ser visto. Con un estilo ágil y directo, Kuang desmonta el mundo editorial y nos pone frente al espejo: ¿qué estamos dispuestos a hacer por reconocimiento? Ideal si te gustan las historias que se leen rápido, pero te hacen reflexionar.
Hasta el domingo que viene.
Me encantan tus garabatos mentales Lucía!! la pereza de la que hablas me recuerda a la pereza del alma, de no querer mirar dentro. Gracias!
Esa procrastinación que tanto nos dice...